Viaje a las entrañas del cuartel creativo de los Pritzker de Olot

Viaje a las entrañas del cuartel creativo de los Pritzker de Olot

Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta hacen historia al ganar de manera conjunta el prestigioso galardón sin moverse de la localidad gerundense en la que crecieron

Vidrio, acero y tierra por todas partes, una sala de reuniones con mesa retráctil y plantas colgantes, una gigantesca persiana formada por láminas de metal que tintinean sobre un boquete cubierto por aguas freáticas y, en una esquina, casi escondido a la vista, un pequeño mueble repleto de zapatos. Sí, zapatos. Porque en el Espai Barberí, antigua fundición ubicada en el centro de Olot (Gerona) en la que Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta instalaron su estudio de arquitectura en 2008, se trabaja en zapatillas. O, según la época del año, descalzo. Un guiño hogareño a la comodidad y una buena manera de mantener los pies en el suelo ahora que el trío de arquitectos acaba de hacer historia al ganar un Pritzker doblemente insólito.

«Es un año excepcional», subraya Pigem. Y lo es porque, además de viajar por segunda vez a España tras el lejano galardón a Rafael Moneo en 1996, es la primera ocasión en la que el galardón reconoce de manera conjunta a tres arquitectos. No a un estudio ni a una marca, sino a tres arquitectos y amigos que estudiaron juntos y llevan tres décadas proyectando desde la zona volcánica de La Garrotxa una manera de entender la arquitectura «vinculada al exterior y al interior, a lo existente y a lo nuevo, a lo viejo y a lo tecnológico».

Raíces y cultura

«El premio es una manera de decir que no hace falta escoger entre nuestras raíces y nuestra cultura; se pueden llevar las dos cosas a la vez. Podemos estar muy enraizados en el propio territorio y al mismo tiempo muy abiertos», explica Vilalta, para quien el entorno es parte esencial de su manera de entender la arquitectura. «Todo lo que es creativo tiene que ver con cómo eres y con el lugar en el que estás. Las cosas no existen por sí solas, sino en relación a las demás, por lo que es evidente que estar aquí no influencia en la manera que tenemos de mirar las cosas», abunda.

Es así como, sin salir de su Olot natal, Aranda, Pigem y Vilalta crearon RCR arquitectos hace tres décadas y empezaron a dejar su huella en ciudades como Ripoll, Nègrepelisse, Gante, Dubai, París, Barcelona, Besalú o la propia Olot, donde se encuentran algunas de sus obras más icónicas, como los pabellones que diseñaron para el restaurante Les Cols o la pista de atletismo de Tussols-Basil, perfectamente integrada en el entorno natural. «Hay proyectos que son como un punto de inflexión a partir de los que vas evolucionando, y el de la pista de atletismo es el que nos dio un nombre», explica Pigem.

Ella fue la que descolgó el teléfono para recibir el fallo del Pritzker y la que casi se queda sin habla cuando le dijeron que acababan de ser reconocidos con el prestigioso galardón, que se entregará el 20 de mayo en Tokio y que, faltaría más, no podía decírselo a nadie salvo a Aranda y Vilalta. «Tienes un sentimiento de responsabilidad. De repente piensas: “Esto va de verdad”», explica.

Tanto es así que de las treinta personas que trabajan o hacen prácticas actualmente en RCR, ayer sólo una docena, «el corazón» de la oficina, sabía algo del premio antes del fallo oficial. El resto veía entrar y salir a gente y abría la puerta a periodistas de «The New York Times», «The Guardian», y la CNN, pero seguía trabajando como si nada, pensando en la media docena larga de proyectos que reclaman atención desde una de las paredes del despacho que comparten los tres arquitectos. Uno para todos y, como suele decirse, todos para uno. «Esto es bastante inusual, ya que en los estudios cada arquitecto suele tener su propio despacho», destaca Aranda.

Trabajo a seis manos

Esta manera de trabajar a seis manos y como un único cerebro es precisamente uno de los puntos que ha querido destacar el jurado, subrayando hasta qué punto es significativo «que sean tres personas las premiadas porque el suyo es un proceso de diseño muy especial, propio del trabajo creativo en la actualidad, que demuestra que la arquitectura es cada día más colaborativa», en palabras de la portavoz del jurado, Martha Torne.

Para ellos, sin embargo, toda esa parrafada no es más que la consecuencia lógica de una amistad que empezaron a cultivar mientras estudiaban en Escuela Técnica Superior de Arquitectura del Vallés y dio el salto al terreno laboral cuando regresaron a Olot a finales de los ochenta y pusieron en marcha RCR. «Acabamos, volvimos a Olot y empezamos a trabajar», relativizan. «El hecho de empezar a trabajar juntos nos ha hecho crecer y evolucionar juntos. Ahora nos entendemos tanto que si alguien nos oyese hablar mientras trabajamos no entendería nada; son muchos años. Y este es el éxito más grande: que después de treinta años sigamos juntos y con ganas de hacer cosas», explica Vilalta.

A su espalda, los planos y bocetos para el nuevo polo cultural que se proyecta en la isla Seguin, en París, dan buena cuenta de que esa inquietud brota con idéntica intensidad que cuando en 1988 ganaron su primer concurso nacional para diseñar un faro en Punta Aldea (Gran Canaria). «Siempre digo que fue ese concurso el que nos convenció de que podíamos intentarlo. El faro no llegó a construirse, pero el simple hecho de poder ganar ya nos sirvió de impulso», explica Pigem.

Espacios esenciales

Forjados y fogueados en diseño de viviendas unifamiliares -«es el primer encargo que siempre recibes», apuntan- y crecidos en proyectos tan dispares como guarderías, la fachada de una biblioteca en el interior de una manzana en el Eixample barcelonés o el diseño de Enigma, el nuevo restaurante de Albert Adrià en la capital catalana, Pigem, Vilalta y Aranda son, según el jurado del Pritzker, un ejemplo perfecto de «arquitectura emocional y vivencial». Unas palabras que, traducidas por ellos mismos, implican el diálogo constante con el entorno y la búsqueda de lo que ellos mismos definen como «esencialidad». «Nos gustan mucho los espacios que hacen sentir a la gente. No se trata sólo de crear espacios, sino de conseguir que sean lugares que aporten bienestar e influyan en los sentimientos de las personas», explica Pigem. «A través de la vinculación con el entorno y el uso de pocos materiales intentamos despertar emociones en las personas y entendemos que eso se consigue gracias a un proceso de esencialidad, que las cosas sean esenciales», añade Aranda.

En esta caso, ni siquiera hace falta recorrer las pocas calles que separan su estudio del restaurante Les Cols o viajar a Ripoll para maravillarse con su intervención en la plaza de la Lira, con un puente y una cubierta de acero, para entender de qué hablan; basta con echar un vistazo a su estudio y descubrir cómo lo antiguo y lo moderno, lo vetusto y lo tecnológico, se funden en perfecta armonía. «A veces se echa de menos un punto de confort, pero a veces también viene bien: el lavabo de aquí es un ejemplo: está fuera, y puedes pensar que no es funcional porque hace frío, pero te ayuda a salir de aquí y te toca el aire. Te aporta otras cosas», relata Pigem poco antes de que el lavabo en cuestión se manifieste como un prodigio tecnológico en el que la taza aparece y desaparece como por arte de ensalmo gracias a unos sensores y la (desigual) pericia del usuario.

El estudio, ampliado a sede de la Fundación Bunka -cultura en japonés- con la que quieren abrir los brazos a la ciudad y, en palabras de Vilalta, «abrir la arquitectura a la gente», es también ejemplo perfecto de otro de los puntos que el trío señala como clave en su trabajo: el miedo a repetirse. «Como nunca nos ha gustado repetirnos, te fuerzas a evolucionar y al final puedes hacer arquitectura de cualquier tema. Incluso cuando empezamos con casas intentábamos llevarlo al máximo, siempre pensando que esa pieza es tu oportunidad para explicar algo», señala Pigem mientras Vilalta insiste en que la arquitectura es algo que nos acoge a todos y que debería reforzarse su importancia. «Es algo que debería empezar con los colegios», añade mientras pone como ejemplo una guardería que proyectaron en 2010 en Besalú como «una explosión de color».

No extraña, pues, que su manera de entender la arquitectura pase por «contribuir al bienestar físico y espiritual» y que quieran convertir el Pritzker no en una excusa para crecer, sino en el freno de mano que les permita ahondar aún más en sus proyectos y en su particular manera de entender la arquitectura como lenguaje emocional y vivencial. «Ahora decimos que haremos la mitad de trabajo. A ver si podemos. Lo que interesa es disfrutarlo», señala Pigem. «El premio no nos hará crecer, pero nos dará más facilidades. Si podemos centrarnos en hacer dos proyectos en vez de tener que hacer cuatro será lo mejor de todo», añade Vilalta.

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