Los hijos: "en una crisis galopante que trato de superar por ellos"
No es mío el texto pero lo he retocado al transcribirlo, con reflexiones personales, como se hiciera en el medioevo con el Cantar de Mio Cid (Qui te sicripsit bene scripsit. ACP te scribiere).
La calma tempestuosa tras la tempestad que me colma:
Te tropiezas con un balón de espuma y encuentras un muñeco bajo el sofá. Giras el grifo del lavabo y descubres que anida un pato de goma. Abres la sandwichera y ahí están, achicharrados, tres cromos de futbolistas.
El reproductor no admite un vídeo porque hay un chupachups dentro.
A veces maldigo este caos de casa tumultuosa con niños. Pero sé que algún día maldeciré todo el orden a solas que vendrá después.
¿Algún día?
Ya lo maldigo.
Y lloro.
Lloro porque quiero veros quiero sentiros quiero saber de vosotros sin necesidad de teneros delante.
Vuestros libros, ordenados, pero sin ser abiertos. Vuestras camas hechas, pero frías. Los platos pulcramente recogidos en la alacena, pero sin nadie con quien comer.
Tener hijos y salir a la calle es como llegar a la ceremonia de los Oscar de sobrado con dos estatuillas bajo el brazo, una hora antes de que empiece la entrega de premios: sabes que te los has ganado seguro.
Tener hijos es pisar la acera a las ocho y media con toda la gimnasia hecha: los abdominales del estrés, las flexiones del ‘no se puede’, el pilates del ‘haz lo que debes’, el yoga del ‘aprovecha el tiempo’, los lumbares de la desobediencia y de la sinrazón. En tan solo media hora, mientras te aseas. Así que cuando sales al mundo adulto ya no te acojona nada y todo te preocupa lo justo.
Para convención popular, la que montas un domingo lluvioso en casa con los amigos de tus hijos.
Para dimisión irrevocable, la que te presentan cada día que les pones verduras.
Para exclusiva, la de que el pequeño tiene otra novia y no hace declaraciones.
Para ‘share’, la audiencia que os da mamá durante le cena, siempre con un cuento delante.
Para traición, la mía, que nunca estoy frente a la vuestra, que habéis preferido la Play a las chapas.
Para problemas laborales, los que me da esa ortografía en huelga y sin servicios mínimos.
Para inflación, la de los besos del mayor, que cada vez los vende más caros.
Para crisis, la que acontece cuando se acaba el verano.
Me lo enseñó una tarde el abuelo, eso de que los legados más importantes que podemos dejarles a los hijos son dos: uno, las raíces; el otro, las alas.
Algún día regresaré a casa tarde a causa del trabajo (o de la falta del mismo). Abriré la puerta del salón y todo estará en orden. Será que habéis volado, vaya. Entonces echaré en falta la felicidad que era este perfecto desorden.
Vuestros problemas son mis problemas desde que nacísteis hasta… el infinito y más allá…
Hoy simplemente me desvelo en silencio delante de una tele a la que no hago caso porque no sé cuál será vuestro futuro y qué puedo hacer para ayudaros (miento, para mi tranquilidad):
El psicólogo que sólo quiere trabajar en el mundo del deporte, de un deporte y con unos colores concretos y no otros. (Y ni siquiera es con el Celtic o el Bremen …)
El especialista en hoteles y restauración que sabiendo cuatro idiomas se echa una novia condal enamorada de afincarse ¿en Munich o Ginebra o Londres? Pues no, en Sevilla…
No, no descanso…
Pero soy tan feliz pensando en ellos, enfadándome con ellos, viéndoles reirse… Que merece la pena que el infinito y más allá esperen.
Y eso estando en una crisis galopante.
D. Alfonso Carnerero Parra. Director Técnico de Cue Arquitectos y Abogados.