La trampa del "es mejor alquilar la vivienda que comprarla": lo que ocurre es otra cosa

Aquí estoy, rodeada de cajas otra vez, de mudanza, sabiendo que el año que viene tendré que mudarme otra vez. He limpiado y pintado el nuevo apartamento, y sigue con manchas de humedad y la moqueta carcomida por los gusanos. A mis 46 años, he vivido en más de 30 casas, y aún no tengo ninguna seguridad”. Jan, una londinense, escribió el pasado año este ‘post’, que se convirtió en viral no solo porque refleja un tipo de sentimiento con el que sus conciudadanos empatizan, sino porque se trata de una persona que cuenta con un buen trabajo (su salario es de 40.000 libras al año), y cuya pareja también tiene un empleo a tiempo completo.

Pertenece a una categoría social que la periodista y ensayista Anna Minton describe como “pobre de clase media”, y cuyos problemas se reflejan con precisión en una anécdota que Jan cuenta a Minton en su último libro, ‘Big Capital. Who is London for?‘: “Me acababan de pasar por error un cargo de 20 libras a mi tarjeta, y no los tenía. De repente, me eché a llorar”. Posee un título universitario, estaba laboralmente situada, su vida era estable, pero se veía condenada a vivir con sus dos hijos y su marido en un apartamento en mal estado y de solo dos habitaciones. Y si le pasaban un cargo extra, le arruinaban el mes.

El mal de la vivienda

La de Jan es una más de las historias que aparecen en ‘Big Capital’, un ensayo crítico con la evolución del precio de la vivienda, uno de los factores determinantes para que las cuentas de los residentes en Londres no cuadren. La capital británica es una de esas ciudades a las que el mal residencial ha afectado especialmente. El esquema, explica Minton, es el siguiente: multimillonarios de todo el mundo adquirieron mansiones en los barrios más adinerados, obligando a los millonarios, ante el aumento de precio, a mudarse a las zonas de clase alta. Esta se desplazó hacia los espacios de la clase media alta, y así sucesivamente. El resultado fue que los precios subieron en todas partes, y de forma sustancial. Y todo al mismo tiempo en que el número de viviendas protegidas decaía.

El caso de Londres puede parecer excepcional, pero se trata de un mal que se ha extendido a muchas más ciudades de todo el mundo, desde San Francisco hasta Ibiza: los alquileres alcanzan tales precios que hacen muy difícil que incluso las personas que cuentan con salarios dignos los puedan afrontar. Los ingresos de profesores, bomberos o camareros no alcanzan para vivir en la ciudad en la que deben trabajar. Desde este punto de vista, es un problema preocupante, pero que no genera demasiada alarma social, porque tales ejemplos no son más que excepciones. Sin embargo, esta lectura empaña más que clarifica: los cambios son bastante más profundos de lo que creemos.

Hacia abajo

Este verano se ha hecho popular una palabra, ‘turismofobia’, que es una especie de sucesora de eso que se dio en llamar gentrificación, y que consiste en una versión ‘low cost’ de lo acontecido en Londres: determinados barrios, bien por la afluencia de turistas a través de los apartamentos de alquiler compartido, bien porque se han puesto de moda entre las clases medias altas, suben el precio de los alquileres, haciendo imposible que los residentes los puedan seguir pagando, por lo que optan por desplazarse a otros distritos. Estos, a su vez, elevan las rentas, dado el mayor poder adquisitivo de los recién llegados, elevan sus rentas, y obligan a quienes viven en ellos a mudarse a lugares más baratos. El resultado final es que todos acaban pagando lo mismo por peores pisos o por viviendas peor situadas.

Este efecto, típico de la oferta y de la demanda, va mucho más allá de un simple ajuste en el mercado. Los cambios en la vivienda son sustanciales, en especial (pero no solo) para las nuevas generaciones. En primer lugar, porque el coste de un piso ha subido de forma espectacular. Como asegura Minton refiriéndose a Londres, “si los precios de la comida hubieran aumentado lo mismo que los de la vivienda en las últimas cuatro décadas, hoy un pollo costaría 50 libras”. Aunque el incremento en la capital británica sea mayor que el de otros lugares, este es un fenómeno común en Occidente, y en muchas zonas de España se ha dejado sentir intensamente.

¿Y la vivienda protegida?

Al mismo tiempo, uno de los factores que más ayudaban a la estabilidad de los precios, como era la vivienda protegida, está en continuo descenso. Eran construcciones que se planificaban para garantizar que este bien esencial no quedase fuera del alcance de las clases menos favorecidas. Minton describe de forma extensa lo ocurrido en Londres, y aunque sus mecanismos son distintos de los españoles, es un mal que nos afecta: las diferencias son notables entre la época tardofranquista, cuando un elevado porcentaje de los pisos contaban con esa protección institucional, y la actual, en que esa clase de vivienda tiene un peso en el mercado muy escaso.

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